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¿UN FATAL ERROR DE TRADUCCIÓN? *

¿Puede achacarse a un error de traducción la decisión de los EE.UU. de lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki?

Mucho se ha especulado sobre las verdaderas causas que indujeron al presidente Harry Truman a decidir lanzar las bombas atómicas sobre Japón, pero hay un aspecto de ese capítulo de la historia que nos atañe particularmente a nosotros, los que trasegamos de aquí para allá con las palabras, llevando mensajes de un idioma a otro. Veamos por qué:

El Japón se encontraba en situación muy precaria — por decir lo menos— en la primavera de 1945, en vísperas del final de la segunda guerra mundial. Los aviones aliados habían destruido prácticamente todo el sistema ferroviario del país. Ciudades enteras habían sido bombardeadas y destruidas.  De la industria que crea la riqueza de un país, prácticamente no quedaba sino el recuerdo. La rendición se veía venir a pasos agigantados, a pesar de que había sectores (nada pequeños) que se oponían a ella. No pocos militares de alto rango se proponían ganar una batalla decisiva que pusiera en vilo a los aliados (fundamentalmente a los EE.UU.), o que, por lo menos hiciera menos onerosa la rendición.

A todas éstas, había sectores que venían trabajando en la clandestinidad para lograr una rendición incondicional, que ellos consideraban un precio menos pingüe que el que ya llevaba el país a sus espaldas; sobre todo la población civil. Y es que tenían que actuar en la clandestinidad porque la rendición no está contemplada en el código de honor japonés.  En toda su historia, Japón jamás había sido derrotado. La sola idea de una rendición, y para colmo incondicional, constituía una humillación inconcebible. Oponerse, entonces, abiertamente a la posición militarista, era exponerse a una muerte casi segura.  Se requirieron meses de arduo trabajo en la sombra, para llegar a las altas esferas del gobierno, y poder plantear veladamente una posición pacifista.

Tal vez, pensaba el sector que se oponía a continuar el conflicto, si lograban conversar por aparte con los soviéticos (sin el concurso de los otros aliados), podrían obtener, en el peor de los casos, una rendición no incondicional. La estrategia japonesa consistía en convencer a Stalin de que era ventajoso para él aliarse al Japón al terminar la guerra, pues ya se sabía que, una vez firmada la paz, los EE.UU., Francia, Inglaterra y demás países de Europa Occidental — por una parte — y la Unión Soviética, más los territorios que lograra anexarse en Europa Oriental — por la otra — iniciarían una guerra de titanes entre capitalismo y comunismo.

Empero, Stalin, Molotov y el resto del gobierno soviético rehusaron escucharlos. Y no solo eso, sino que no informaron de ello a los otros aliados. Cuando llegó la conferencia de Potsdam, Stalin mencionó a Truman como de pasadita que los japoneses se habían acercado secretamente con una propuesta de paz, pero que él no quiso oírla por insincera.

La Declaración de Potsdam, que en realidad era el Ultimátum de Potsdam, requería la rendición incondicional inmediata del Japón, o su exterminación. Sus términos eran más benignos que los que el mismo Japón había tratado de elevar ante los soviéticos, a pesar de que la palabra exterminación sonaba (y era) amenaza de un ataque atómico. Consciente de que EE.UU. estaba ad portas de disponer de la bomba atómica, el alto mando japonés recibió positivamente el documento de Potsdam, en el que se permitía al Japón conservar la industria que tendiera a restaurar su economía, mas no la industria militar; se insinuaba que el emperador conservaría su trono, y se decía abiertamente que el Japón podría elegir su forma de gobierno, con la condición de que se respetaran de allí en adelante los derechos fundamentales del hombre, y se eliminasen todos los obstáculos que hubiere en el camino de la democracia. Asimismo, se castigaría ejemplarmente a todos los criminales de guerra.

La élite del gobierno, presidida por el emperador, se reunió para redactar el documento de aceptación, para el cual se contaban escasas 48 horas. Sin embargo, el asunto no era tan fácil: el ultimátum nunca había llegado oficialmente al gobierno japonés, sino que únicamente se había escuchado por la radio. ¿Cómo responder a algo que no tenía carácter oficial? Además, aunque minoritario, el sector militarista seguía oponiéndose a la rendición incondicional, máxime ahora que se castigaría ejemplarmente a todos los criminales de guerra. El ministro Kantaro Suzuki tenía que atender inminentemente una rueda de prensa cuyo tema central era la aceptación o rechazo del ultimátum. Al cabo de largas deliberaciones, se decidió que el ministro hiciera al pueblo y al mundo un guiño que marcara la pauta del ambiente favorable a la rendición, mientras se entregaba el documento final.  Así, pues, lo acordado fue que dijera que el gobierno no tenía intención de rechazar las demandas aliadas; pero, llegado el momento de la verdad, el ministro dijo que el gabinete se mantenía en estado de mokusatsu, palabra que, según las fuentes que consulté, carece de equivalente exacto en muchas lenguas hijas del latín, y de otros orígenes. Bien podría interpretarse como desconocer o como abstenerse de hacer cualquier comentario.

La agencia de noticias Domei, ante la apresurada situación, optó por la interpretación errónea de desconocer.  Inmediatamente la noticia se regó como pólvora por todo el planeta. El New York times publicó el 28 de julio: El gobierno japonés desconoce la declaración de Potsdam.

Lo que sucedió a continuación es de todos conocido.  En los casi 70 años que han transcurrido desde entonces, no ha faltado quién culpe al traductor por la tragedia japonesa.  Es mi opinión que sí hubo precipitación y descuido en la traducción, máxime cuando se trataba de un acontecimiento tan trascendental para la humanidad. Evidentemente, quien tradujo faltó a su deber de tratar de consultar la fuente, o de señalar la ambigüedad lingüística a sus superiores. Quedan, pues, muchos interrogantes que valdría la pena resolver, pero que muy probablemente permanecerán en el estado actual: ¿Tenía el periódico un traductor profesional, o simplemente creyó lo que dijo un aficionado? ¿Por qué el gobierno japonés no corrigió la noticia? ¿Por qué sería culpable solamente el traductor y no el periódico? ¿Se favorecía el sector militarista japonés por este hecho?  ¿Sería que el error no fue tan casual como parece a simple vista? ¿No había ningún traductor de japonés en el sector aliado, que confrontara la traducción y señalara el posible error? ¿Cómo es posible que la declaración de Potsdam no fuera entregada oficialmente al gobierno japonés?

Que cada uno aprenda lo que haya que aprender de este caso tan fatídico para la historia del mundo, así como para nuestra profesión.  A nosotros, me parece a mí, nos cae como anillo al dedo tener siempre en cuenta la Ley de Murphy aplicada a la interpretación y la traducción: ¡Si puede causar ambigüedad, la causará!
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* Este título es el mismo que aparece en la revista Selecciones del Reader´s Digest, en 1953, en un artículo que trata del mismo tema, y en el cual me baso parcialmente para la redacción de la presente contribución. La única diferencia en el título es que, en el presente artículo, está redactado en forma de pregunta.

MINUCIAS

Error muy frecuente: Bienal  significa “cada dos años”; bianual significa “dos veces al año”. Bimestral significa “cada dos meses”; bimensual significa “dos veces al mes”.

SABIDURÍA DE SANCHO PANZA

El consejo de la mujer es muy poco, y el que no le toma es loco.

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