Select Page

EL INGENIERA SE VOLVIÓ ASTRONAUTO

Con motivo del día internacional de la mujer

 

 8 de marzo de cualquier año

Las primeras mujeres que ocuparon un ministerio en Colombia fueron Josefina Valencia de Hubach y Esmeralda Arboleda de Uribe, en 1956 y 1961, respectivamente. Ambas fueron auténticas pioneras en el desempeño de diversos cargos públicos. Puesto que el país no estaba acostumbrado a presencias femeninas tan ilustres, por esas fechas había mucha discusión sobre si a las mujeres debía llamárseles “senador” o “senadora”, “ministro” o “ministra”, “embajador” o “embajadora”.

Afortunadamente la cordura de algunos eruditos permitió el fallo a favor de las voces femeninas “ministra”, “embajadora”, etc..  Desde entonces, muchas mujeres se han graduado de abogadas, ingenieras, arquitectas, médicas, administradoras, etc., y han sido ministras, embajadoras, senadoras, pedagogas, escritoras y demás.

Con la revolución del 68, llegó el feminismo mal entendido y el bien entendido. Por aquella época se tiraban los sostenes a la hoguera, como símbolo de la emancipación femenina.  Hubo también luchas por mejores causas, como la igualdad salarial por desempeñar el mismo trabajo de un hombre. “Alcaldesa” dejó de significar la mujer del alcalde, y pasó a ser la mujer que está a cargo de una alcaldía, uso que se extendió acertadamente a muchos otros cargos, comojefa”, “rectora”, “directora ejecutiva”, etc.   Las universidades tuvieron que empezar a otorgar diplomas de “química farmacéutica”, “socióloga”, “historiadora”, “antropóloga”, “bióloga”, etc.

Las mujeres nos hemos metido en todos los vericuetos de la sociedad, y hemos salido de la caverna en la que estábamos condenadas a escoger muy pocos derroteros como proyecto de vida: ama de casa o maestra o religiosa. En épocas de guerra, empero, se nos permitía ser enfermeras. Y cuando la segunda guerra mundial requirió a tantos hombres en el frente de batalla, la mano de obra femenina llenó masivamente las vacantes que requerían las industrias automovilística, aeronáutica e incluso nuclear.  Ante la incredulidad de un mundo regido por hombres, numerosas mujeres tuvieron que pelear codo a codo por demostrar su idoneidad profesional como corresponsales de guerra.

Las profesiones y los deportes que antaño fueron privativos del sexo masculino dejaron de ser competencia exclusiva de nuestros queridos y forzudos congéneres. Actualmente, mujeres en avanzado estado de gravidez tienden cables de la luz, se meten en las minas, construyen puentes, recogen cosechas, etc.

Entonces, me pregunto yo, ¿por qué algunos miembros de esta nueva generación de mujeres se empeñan en denigrar de su sexo, y utilizar, como si se tratara de la única opción posible, decente y correcta, los nombres de sus profesiones en género masculino?  ¿A qué viene que, ejerciendo con honores su profesión, una mujer se llame a sí misma “ingeniero”, “médico”, o “músico”?

No puedo menos que indagar a dónde fue a parar aquella revolución del 68 que nos dejó columbrar un mundo más equitativo, en donde la mujer empezó con justicia a ser reconocida como una de las dos mitades de la humanidad. Es tan cacareado actualmente el tema de la “igualdad de géneros” (mal llamado así, ya que en realidad se trata de igualdad de sexos), que es insólito que haya mujeres que se empeñen en reconocerse a sí mismas en género masculino.

¿No nos quejamos todos los días del machismo de la lengua española y de otras lenguas herederas del latín? ¿No nos parece execrable que por un solo representante del sexo (no del género) masculino que se encuentre presente entre una multitud de mujeres, la regla gramatical nos imponga el uso del género masculino? ¿Por qué estamos dejando de lado conquistas que, aunque a primera vista puedan parecer pírricas, son, en realidad, la expresión del anhelo por un mundo en donde los dos sexos (no los dos géneros) sean valorados y tenidos en cuenta con la vara de la equidad, el respeto, el equilibrio y la consideración? Pero una cosa es que la lengua venga de progenie machista, y otra muy distinta es que seamos las propias mujeres quienes nos encarguemos de perpetuarla.

Otros interrogantes me surgen, además: si seguimos con esta lógica de dar precedencia a lo masculino, deberíamos, entonces, cambiar los nombres de las profesiones que terminan con “a, verbigracia: “periodista”, “astronauta”, “lingüista”, “ortopedista”, “laboratorista”, etc., y terminarlas en “o” cuando se refieran al masculino. Así, pues, si aplicamos un razonamiento lapidario, lo correcto sería: “el astronauto”, “un periodisto”, “los ortopedistos”, etc. Sin embargo, es paradójico que sean precisamente estos vocablos los que preserven su terminación en “a” sin que importe el género. ¿Será que inadvertidamente se coló un tenue rayo de luz femenina por alguna rendija de nuestro machista idioma?

Hasta la Academia de la Lengua Española, que por lo general anda a paso de tortuga paralítica, ya da a médica, arquitecta, bióloga, etc. la siguiente definición: “persona legalmente autorizada para ejercer la medicina, arquitectura, biología, etc”. O sea que el machismo académico ha cejado un poco. Y hasta un poco más de lo que creemos, pues algunas profesiones u oficios que eran exclusivamente femeninos (terminados en a), ahora ya terminan en o, en vista de que hay hombres que las ejercen: por ejemplo: modisto y azafato.

Invito a todos, hombres y mujeres, a que empecemos a utilizar el género que corresponde a nuestro sexo. A mis amigas, congéneres y hermanas de sexo, les recuerdo que ser mujer es motivo de felicidad, orgullo y esperanza. Somos nosotras las dadoras de vida, las más propensas a sentir compasión, amor, perdón, ternura, empatía, deseos de dar sin necesidad de recibir nada a cambio; lo que falta al mundo es justipreciar lo femenino; darle el verdadero lugar que amerita. Nosotras tenemos un gran valor intrínseco; no es necesario hacernos pasar por miembros del sexo masculino. Si en la historia de la humanidad se hubiera dado más valor a lo femenino, otro sería el mundo de hoy. Empecemos, pues, queridas hermanas, a hacer honor a nuestro sexo y a nuestro género: EL FEMENINO.

MINUCIAS

Cuidado con decir lo que no quieres decir: deber (en cualquier tiempo y persona)  indica una obligación (Juan debía llegar a la hora del almuerzo); en cambio, deber de (en cualquier tiempo y persona) indica una posibilidad (Ya es tarde, y Juan no ha llegado; debe de ser que hay mucho tráfico).

SABIDURÍA DE SANCHO PANZA

Hacer bien á villanos es echar agua en el mar.

SUSCRÍBETE AL BLOG

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir notificaciones de nuevas entradas.

Follow by Email
Twitter
Visit Us
Follow Me
LinkedIn
Share