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EL INFINITO EN UN JUNCO

 

 

¿Cuántas veces nos hemos preguntado, cuando tenemos un libro en nuestras manos, cuántas cosas debieron suceder en el pasado para que llegáramos a tener unas hojas encuadernadas, y unas páginas que pasamos cómodamente para adelante y para atrás a nuestro antojo? O mejor aún: ¿cómo llegamos al formato digital que nos permite tener una biblioteca en un teléfono, en una tableta o un computador?

Las tres décadas largas que llevo “profesando” la interpretación, la traducción y la corrección de estilo me han permitido ser testigo de los cambios que han facilitado el estudio de las palabras, y su consulta en diccionarios generales y especializados.

En mis primeros años profesionales, debíamos prender velas a algún santo para rogar que el conferencista nos diera una fotocopia de su ponencia. No siempre teníamos éxito. Cargábamos una o varias maletas llenas de diccionarios de todo tipo, según fuera el tema del evento. Teníamos estanterías que abarcaban metros y metros de gruesos y doctorales volúmenes de sabiduría lingüística, amén de vocabularios impresos que contribuían a aumentar la “dura y pesada carga del conocimiento”. Todo lo anterior me llevó a pensar varias veces que para ser una buena traductora debía practicar el levantamiento de pesas, y que las facultades de interpretación y traducción deberían incluir entrenamiento de halterofilia como parte del pénsum académico.

Pero, hablando un poco más seriamente: ¿cuánto reflexionamos sobre el origen de la escritura y su lenta transformación hasta llegar a la magnífica y revolucionaria invención del alfabeto? ¿Cómo fue el paso de la escritura en piedra, a las tablillas de barro, al papiro, al papel moderno, a los libros digitales? ¿Qué fue lo primero que escribió la humanidad? ¿Cómo aparecieron la poesía, la prosa, el teatro? ¿Cómo fue el paso de la oralidad a la palabra escrita? ¿Quién fue este visionario único que concibió la creación del mayor esfuerzo intelectual de la antigüedad: la Biblioteca de Alejandría?

¿Sabíamos que los medios digitales han favorecido la preservación de la oralidad?  ¿Sabíamos que no siempre fue bienvenida la aparición de la escritura? En verdad tuvo grandes detractores – como Sócrates–  con argumentos de tanto peso que, paradójicamente, pueden leerse aún en su diálogo Fedro? Digo “paradójicamente” porque hoy podemos leer a Sócrates – enemigo de la palabra escrita–  gracias a que Platón se preocupó por escribir el legado oral de Sócrates.

No sólo los dictadores modernos han prohibido la lectura de los libros que les parecen peligrosos. Que leer es una actividad subversiva, es algo que se sabe desde tiempos muy antiguos. Por ejemplo: “en el año 213 a.C., cuando un grupo de griegos intentaba reunir la totalidad de los libros en Alejandría, el emperador chino Shi Huandi ordenó que se quemasen todos los libros de su reino.” [1]

 

Imaginemos cómo debió de ser la Biblioteca de Alejandría

Se llama “efecto Google” a la relajación de la memoria, fenómeno que es cada vez más evidente en la actualidad. Cada vez memorizamos menos información; en cambio, damos prioridad a la recordación de dónde están almacenados los datos – en lugar de los datos mismos– . ¿Nos estaremos volviendo cada vez más lisiados intelectuales?

Todo lo anterior, queridos lectores, lo dije para recomendar la lectura del libro cuyo título es el mismo de este artículo: EL INFINITO EN UN JUNCO (la invención de los libros en el mundo antiguo), de Irene Vallejo, publicado por Editorial Siruela. Encontrarán en él no solo la historia de la lectura, la escritura y los libros, sino consideraciones filosóficas e históricas que tal vez no se nos habían ocurrido, así como amén de datos curiosos.

Hoy nos parece tan “natural” el acto de leer y escribir, que nos olvidamos de los millones de adultos analfabetos que aún hay en el mundo, cuya vida es miserable por el esfuerzo denodado por ocultar su “vergonzosa” condición. Los invito a deleitarse en esta historia que cambió al mundo de manera irreversible. Nada volvió a ser igual a partir de la lectura y la escritura, de los libros, de las bibliotecas: ¡con perdón del Maestro Sócrates!

 

[1] El Infinito en un Junco, página 124.

MINUCIAS

Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora.

Anónimo

SABIDURÍA DE SANCHO PANZA

No es oro todo lo que reluce.

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11 Comments

  1. Georganne Weller

    Como siempre, MUY ilustrativo, muchas gracias por estas reflexiones, abrazos.

      • Valerie Delaney

        Hello Yilda,
        I read your commentary about “El Infinito en un Junco” in the English. I assume it to be your translation. Very nice and clear.
        I did look online for an English translation of the book, but didn’t find one. I will look again.

        You talked about the relaxation of memory as a cultural trend, since there seems to be little need for it.
        I am always in awe of your ability to memorize and recite very long poems. It’s a discipline and a gift.

        Hopefully, the trait is there in the gene pool and will find it’s way out.
        Perhaps, like cursive writing, memorization seems to be valued less in the academic world. But we still have actors!
        Memorization is an excellent tool for learning; and those who have the trait will use it. We must wish other helpful learning abilities on the rest of us!

  2. Yonatan López

    ¡Excelente recomendación! Ya lo leí, y es maravilloso.

  3. Libélula grácil

    ¡Ya mismo me lo compro! me parece apasionante.

      • Stella Méndez

        Un artículo muy interesante e ilustrativo. Gracias por esa excelente recomendación.

  4. Luz Stella

    Gracias por la recomendación, lo leeré

  5. Liliana Manzi

    Gracias queridismia Yilda. Interesantisimo.

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